Desde una perspectiva diferente

He regresado al Cabeçó. Mira que me gusta. Pero he querido que fuera distinto. Rebobino recuerdos y comienzo a visualizar rincones que me han dejado con ganas. Rápidamente visualizo el salto de un barranco, algunos abrigos y dos pinadas en lo alto, en una zona poco transitada.
Los primeros diez minutos son felices y campantes: Senda, pista, pista, senda... y sin quererlo mi amor empieza a arañarme.
Encuentro en lo más espeso de un barranco una mina en desuso. Vertical y peligrosa. La descubro cuando estoy encima de ella. Casi se veía venir, hay ocre por aquí y por allá. Algo más arriba, en un segundo salto, hay una considerable charca. Es lugar para esperar en silencia o ver qué pasa. Y cuando me reoriento hacia mis pinadas paso por uno de los abrigos:
Es la arena más fina que jamás he visto. Casi como el talco. Hay huellas de insectos. En sus lados están los temerosos embudos de las hormigas león. En las cornisas más exteriores cagadas de aves.
Salgo entre espartos, espinos, esparragueras y otras artistas de la tortura en busca de mis pinadas. Encuentro una buena extensión de una loma totalmente urgada por las bestias de la zona. Imagino que jabalíes. Y ahí están mis dos pinadas y el collado que a algún lugar me sacará:
Hay claros entre los árboles y las peñas y encuentro una rica zona de fósiles de pirita. Moluscos a medias a hierro y fuego.
Y cuando giro la vista veo el precioso porte del Peñón del Barbero. Por allí pasa la carrera del próximo 13:
El collado me lleva a la senda de la solana por la que acaba la carrera. Vaya atajo... de la santa inquisición.

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