INFORMACIONHace cuatro años con motivo de la presentación por parte de la ministra del Medio Ambiente del Informe Preliminar del Cambio Climático en España, tuve la ocasión de expresar a través de la prensa mi opinión sobre dicho documento. En él habíamos participado 47 científicos españoles coordinados por el profesor José Manuel Moreno, miembro del Panel Intergubernamental del Cambio Climático. Entonces hice una serie de afirmaciones fruto del trabajo de investigación de más de tres años y que fueron interpretadas por algunos como exageradas, e incluso como catastrofistas.
Esta idea de que los científicos que habían puesto de manifiesto la existencia del grave proceso de cambio climático eran unos agoreros, a la vez que irresponsables ya que parecían oponerse al progreso económico, ha venido siendo utilizada por sectores políticos y económicos interesados, denotando cuando menos ignorancia, aderezada de desprecio hacia la ciencia.
Esta manifestación de duda sobre los informes del cambio climático, supone además una manipulación grosera de la ciudadanía, lo que ha facilitado el poder continuar, sin variación alguna, determinados planes de desarrollo ambientalmente cuestionables, como son múltiples desarrollos urbanísticos que han destruido irreversiblemente nuestras costas. Evidentemente, esta actitud acaba provocando gran desazón en muchos ciudadanos a los que se les confunde innecesariamente, a la vez que se contribuye a no cambiar los hábitos sociales que coadyuvan a incrementar el cambio climático.
Por fortuna, recientemente se han producido dos hechos que vienen a poner en evidencia que a nivel internacional este tema se toma en serio por considerarse grave. La concesión del Nobel a Al Gore y al Panel Intergubernamental del Cambio Climático nos da idea de la dimensión que se concede en círculos científicos y políticos internacionales a uno de los problemas más graves que afecta ya a todo el planeta y que de no frenarse va a condicionar la vida de las futuras generaciones ya en los próximos cincuenta años.
Por otra parte tenemos el informe demoledor cerrado la pasada semana en la reunión de Valencia por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático y que no deja lugar a dudas. Este informe nos confirma lo que está ocurriendo en nuestro planeta. Se está calentando de manera exponencial y a un ritmo que nunca antes había ocurrido, unos 0,74º C de temperatura media anual en los últimos cien años, habiéndose producido un claro descenso de precipitaciones en forma de nieve. Los glaciares están en clara regresión y muchas especies de plantas y animales están abocadas a desplazar sus áreas de vida, ya que en caso contrario emprenderán el camino hacia su desaparición.
No obstante, estos hechos podrían inducir a algunos a pensar que se trata tan sólo de un problema que afecta a parte de la biodiversidad, por tanto tan sólo algunas especies de plantas y animales que podrían desaparecer, pero cuya importancia podría pensarse no ser crucial en el devenir de nuestra naturaleza. Si bien, en ningún caso la pérdida de especies inducida por el hombre puede ser ni ética ni racionalmente aceptable, no debemos olvidar que todas ellas forman un inmenso entramado de relaciones que a modo de las piezas de un inmenso puzzle se ensamblan y condicionan el buen estado de nuestro planeta. Es precisamente este el punto el que nos tiene que hacer reflexionar, ya que del buen estado del conjunto de la biodiversidad depende el bienestar de nuestras sociedades a lo largo y ancho de este maltratado planeta.
Nos duele y asombra los graves desastres naturales que afectan a muchos pueblos en distintos rincones de la tierra y no nos paramos a pensar que esta sucesión creciente de desastres está relacionada con el cambio climático. Un aumento creciente de las temperaturas del mar provoca un mayor aumento de evaporación e intensidad de precipitaciones violentas acompañadas de tornados y ciclones. Los profesionales de la sanidad son testigos de cómo enfermedades transmitidas por insectos, típicas de determinadas zonas tropicales, surgen de manera creciente en áreas donde no se conocían, las plagas de cultivos incrementan su aparición temprana y el desplazamiento de especies fuera de sus límites son tan sólo algunos indicadores que nos hablan de que algo fuera de lo normal está pasando en nuestro planeta.
Sabemos que todos estos acontecimientos son fruto del cambio climático, y que podemos ayudar a aminorar sus efectos, por todo ello sería insensato e irresponsable no actuar para invertir el calentamiento global. Los gobiernos están obligados a tomar medidas y los ciudadanos a exigir a los gobernantes que presenten iniciativas. El Medio Ambiente debe dejar de ser una disciplina secundaria en los programas de los gobiernos para ser una materia principal que impregne todas las iniciativas y programas de las distintas administraciones. Sólo así se podrán implicar los distintos departamentos de la Administración en acciones de conservación de la biodiversidad y contemplar todas sus actividades bajo la necesaria corresponsabilidad en la lucha por el cambio climático.
En los últimos días, Greenpeace, en un alarde de imaginación, nos ha hecho reflexionar con unas imágenes que han mostrado costas inundadas en los próximos cincuenta años, complejos hoteleros y zonas residenciales anegados y arruinados de continuar esta tendencia de incremento anual de 3,8 mm la altura del mar debido a la expansión térmica y fundido de los hielos polares, algo que se prevé mayor en las próximas décadas. Las reacciones no se han hecho esperar y muchos conciudadanos han sido conscientes por primera vez de qué estábamos hablando cuando nos referimos al cambio climático. No obstante, no deja de asombrarme la reacción de ciertos sectores sociales que se han apresurado nuevamente a desmentir los hechos y en lugar de proponer nuevos modos de desarrollo socioeconómico, han insistido nuevamente en su modelo desarrollista acusando a la organización ecologista de provocar alarma injustificada.
No somos capaces de aprender la lección ni somos capaces de enmendar nuestros errores. Estamos inmersos en una sociedad que se resiste a ver los desastres ambientales que ocasiona, cegada en parte por un afán de bienestar efímero condicionando de manera egoísta el futuro de las generaciones de sus hijos y sus descendientes.
Ha llegado el momento de tomar decisiones comprometidas y este compromiso por el medio ambiente debe verse reflejado de forma clara, concreta y contundente en los programas electorales, y no tan sólo con ideas generales, más propias de un manual para principiantes que de un verdadero compromiso político. Los ciudadanos tenemos la palabra y se nos presenta la ocasión de expresarnos a través de las urnas en las próximas convocatorias.
Eduardo Galante es director del CIBIO, Centro Iberoamericano de la Biodiversidad, Universidad de Alicante.
Esta idea de que los científicos que habían puesto de manifiesto la existencia del grave proceso de cambio climático eran unos agoreros, a la vez que irresponsables ya que parecían oponerse al progreso económico, ha venido siendo utilizada por sectores políticos y económicos interesados, denotando cuando menos ignorancia, aderezada de desprecio hacia la ciencia.
Esta manifestación de duda sobre los informes del cambio climático, supone además una manipulación grosera de la ciudadanía, lo que ha facilitado el poder continuar, sin variación alguna, determinados planes de desarrollo ambientalmente cuestionables, como son múltiples desarrollos urbanísticos que han destruido irreversiblemente nuestras costas. Evidentemente, esta actitud acaba provocando gran desazón en muchos ciudadanos a los que se les confunde innecesariamente, a la vez que se contribuye a no cambiar los hábitos sociales que coadyuvan a incrementar el cambio climático.
Por fortuna, recientemente se han producido dos hechos que vienen a poner en evidencia que a nivel internacional este tema se toma en serio por considerarse grave. La concesión del Nobel a Al Gore y al Panel Intergubernamental del Cambio Climático nos da idea de la dimensión que se concede en círculos científicos y políticos internacionales a uno de los problemas más graves que afecta ya a todo el planeta y que de no frenarse va a condicionar la vida de las futuras generaciones ya en los próximos cincuenta años.
Por otra parte tenemos el informe demoledor cerrado la pasada semana en la reunión de Valencia por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático y que no deja lugar a dudas. Este informe nos confirma lo que está ocurriendo en nuestro planeta. Se está calentando de manera exponencial y a un ritmo que nunca antes había ocurrido, unos 0,74º C de temperatura media anual en los últimos cien años, habiéndose producido un claro descenso de precipitaciones en forma de nieve. Los glaciares están en clara regresión y muchas especies de plantas y animales están abocadas a desplazar sus áreas de vida, ya que en caso contrario emprenderán el camino hacia su desaparición.
No obstante, estos hechos podrían inducir a algunos a pensar que se trata tan sólo de un problema que afecta a parte de la biodiversidad, por tanto tan sólo algunas especies de plantas y animales que podrían desaparecer, pero cuya importancia podría pensarse no ser crucial en el devenir de nuestra naturaleza. Si bien, en ningún caso la pérdida de especies inducida por el hombre puede ser ni ética ni racionalmente aceptable, no debemos olvidar que todas ellas forman un inmenso entramado de relaciones que a modo de las piezas de un inmenso puzzle se ensamblan y condicionan el buen estado de nuestro planeta. Es precisamente este el punto el que nos tiene que hacer reflexionar, ya que del buen estado del conjunto de la biodiversidad depende el bienestar de nuestras sociedades a lo largo y ancho de este maltratado planeta.
Nos duele y asombra los graves desastres naturales que afectan a muchos pueblos en distintos rincones de la tierra y no nos paramos a pensar que esta sucesión creciente de desastres está relacionada con el cambio climático. Un aumento creciente de las temperaturas del mar provoca un mayor aumento de evaporación e intensidad de precipitaciones violentas acompañadas de tornados y ciclones. Los profesionales de la sanidad son testigos de cómo enfermedades transmitidas por insectos, típicas de determinadas zonas tropicales, surgen de manera creciente en áreas donde no se conocían, las plagas de cultivos incrementan su aparición temprana y el desplazamiento de especies fuera de sus límites son tan sólo algunos indicadores que nos hablan de que algo fuera de lo normal está pasando en nuestro planeta.
Sabemos que todos estos acontecimientos son fruto del cambio climático, y que podemos ayudar a aminorar sus efectos, por todo ello sería insensato e irresponsable no actuar para invertir el calentamiento global. Los gobiernos están obligados a tomar medidas y los ciudadanos a exigir a los gobernantes que presenten iniciativas. El Medio Ambiente debe dejar de ser una disciplina secundaria en los programas de los gobiernos para ser una materia principal que impregne todas las iniciativas y programas de las distintas administraciones. Sólo así se podrán implicar los distintos departamentos de la Administración en acciones de conservación de la biodiversidad y contemplar todas sus actividades bajo la necesaria corresponsabilidad en la lucha por el cambio climático.
En los últimos días, Greenpeace, en un alarde de imaginación, nos ha hecho reflexionar con unas imágenes que han mostrado costas inundadas en los próximos cincuenta años, complejos hoteleros y zonas residenciales anegados y arruinados de continuar esta tendencia de incremento anual de 3,8 mm la altura del mar debido a la expansión térmica y fundido de los hielos polares, algo que se prevé mayor en las próximas décadas. Las reacciones no se han hecho esperar y muchos conciudadanos han sido conscientes por primera vez de qué estábamos hablando cuando nos referimos al cambio climático. No obstante, no deja de asombrarme la reacción de ciertos sectores sociales que se han apresurado nuevamente a desmentir los hechos y en lugar de proponer nuevos modos de desarrollo socioeconómico, han insistido nuevamente en su modelo desarrollista acusando a la organización ecologista de provocar alarma injustificada.
No somos capaces de aprender la lección ni somos capaces de enmendar nuestros errores. Estamos inmersos en una sociedad que se resiste a ver los desastres ambientales que ocasiona, cegada en parte por un afán de bienestar efímero condicionando de manera egoísta el futuro de las generaciones de sus hijos y sus descendientes.
Ha llegado el momento de tomar decisiones comprometidas y este compromiso por el medio ambiente debe verse reflejado de forma clara, concreta y contundente en los programas electorales, y no tan sólo con ideas generales, más propias de un manual para principiantes que de un verdadero compromiso político. Los ciudadanos tenemos la palabra y se nos presenta la ocasión de expresarnos a través de las urnas en las próximas convocatorias.
Eduardo Galante es director del CIBIO, Centro Iberoamericano de la Biodiversidad, Universidad de Alicante.
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